No me
pregunte señor,
el porque
soy rociero.
No le
puedo dar palabras,
pues vano
será el intento.
Lo más
que puede pasar,
si a
explicarle yo me atrevo,
es que
piense que estoy loco,
que debo
estar muy enfermo,
y que más
que devoción,
esto
parece un veneno.
Por
favor, no me pregunte,
que no me
sale... no puedo...
que si yo
empiezo a contarle
con mas
torpeza que ingenio,
usted va
a arrugar la frente,
yo me
pondré de los nervios
y al final,
hágame caso,
usted se
va sin saberlo.
Sí, ya se
a usted le han dicho
que la
juerga es lo primero;
que eso
de hacer el camino
es jarana
y cachondeo.
“¿Y que
quiere usted que piense,
si en la
tele es lo que veo,
si solo
se ve la fiesta
de
postura y famoseo?”
Por
favor, no me pregunte,
se lo
pido... ¡se lo ruego!
Quédese
usted con lo visto,
y yo con
mis sentimientos,
que yo no
puedo explicarle,
prefiero
guardarlo dentro,
y en
inútiles porfías
no suelo
perder el tiempo.
Pero si
usted de verdad
quiere
saber lo que es esto,
le espero
el jueves que viene
en la
misa de romeros.
No se
preocupe por nada,
venga
casi con lo puesto.
Como
mucho un par de mudas,
tráigase
botos camperos,
y un
petate, no muy grande,
“pa” sus
cositas de aseo;
y su
juicio y sus prejuicios
y aquello
que le dijeron,
los deja
usted con el móvil,
la
cartera y el dinero,
que no le
van a hacer falta,
allí
donde yo le llevo.
No se
asuste si le digo,
que por
ser este el primero,
se
graduará con honores
en la
legión de romeros,
que
custodian la carreta
como
fieles escuderos.
Y esta es
una forma suave,
de
explicarle, caballero,
¡que
usted va a venir andando!,
Y de paso
ya le advierto,
que si es
año de calores
le
parecerá un infierno,
y si lo
que toca es agua...
entonces
ya ni le cuento.
Pero no
voy a engañarle,
para todo
habrá un momento;
para la
risa y la broma;
para el
cante y el jaleo;
para
hacer nuevos amigos,
que al
rato ya serán viejos;
para
tomar una copa,
de lo que
sea es lo de menos.
Y usted
sabrá lo que bebe,
que en
eso cada uno es dueño
de su
propia compostura
y de su
termino medio.
Y habrá
ratitos de charla,
y habrá
ratos de silencio
en los
que camine solo...
solo con
sus pensamientos.
Y cuando
caiga la tarde,
pasando
Monasterejo,
que para
que usted lo sepa,
es una
hacienda, no un pueblo,
le diré
que se descubra,
que se
quite usted el sombrero,
que va a
empezar el rosario
y son
cinco sus misterios;
y a
usted, megáfono en mano,
le va a
tocar el primero.
Y no
ponga usted esa cara
que a esa
altura del sendero
usted ya
será uno más,
y no un
simple forastero.
Y vámonos
que nos vamos,
que la
pará no está lejos.
Y si hay
suerte con los bueyes
y nos
acompaña el tiempo,
a las
once está cenando
y a las
doce ya, durmiendo.
De noche,
no se preocupe,
no
dormirá usted en el suelo.
Yo
hablaré con un amigo
que viene
de carretero
“pa” que
le apañe una manta
y le
prepare a usted un hueco.
¡Y
dormirá usted en carreta
bajo un
manto de luceros!
No se lo
tome usted a broma,
porque es
todo un privilegio.
Y no se
me enfade usted
si tiene
el sueño ligero,
porque de
noche los cantes,
le ganan
el pulso al sueño,
y alguna
copla perdida,
flamenca,
pondrá su empeño,
en que
aunque cierre los ojos
siga
soñando despierto.
Y a la
seis de la mañana,
se me
olvidaba, por cierto,
no se
alarme cuando escuche
que suena
un tamborilero...
“¿A las
seis de la mañana?
¿está
usted de pitorreo?”
No,
señor, hágame caso,
que yo
suelo hablar muy serio,
y ese mal
cuerpo que tiene
tiene muy
fácil arreglo:
con un
poco de agua fresca
y un
aguardiente alosnero.
Y así
vendrá usted al camino,
si se
atreve a conocerlo,
y así
pasará tres días,
donde
todo será nuevo;
será
nuevo hasta su nombre
cuando le
mojen el cuello
en la
otra orilla de un río
que es el
Jordán rociero,
y le
digan que no es Pepe,
¡que
usted es “lirio marismeño”!
Pero una
cosa le pido,
y este es
mi mejor consejo:
que
cuando llegue al Rocío
aunque se
lo pida el cuerpo,
no se
vaya usted a la casa,
deje la
ducha “pa” luego,
ni se
cambie ni descanse
vaya a la
ermita derecho,
que Le
mire usted a la Cara
verá que
está sonriendo,
que se
agarre usted a la reja
y que a
corazón abierto
Le diga
usted lo que quiera,
sin
vergüenzas, ni complejos;
que
olvide usted su rencor
y aquello
que le dijeron
porque es
la Madre de Dios
la que le
dará el consuelo.
Yo estaré
detrás de usted,
y si
después de su encuentro
todavía
le quedan ganas
de
preguntar lo que siento,
¡no le
ofenda mi sonrisa!
¡no hay
misterios, no hay secretos!
¡Lo lleva
usted en la mirada!
¡Corra y
mírese a un espejo,
y
encontrará la respuesta,
del
porqué soy rociero¡
Joaquín Salazar Anglada
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